viernes, noviembre 21, 2008
Los Carismas
Los Carismas
Fuente / Padre Jordi Rivero
Etimología: del griego, charis+ma.
Char: algo que causa felicidad. Charis: conceder gracia, favor gratuito de Dios.
Ma: es el objeto y el resultado de una acción.
"charisma": el resultado de haber recibido el charis (don de Dios).
Los carisma son:
Sobrenaturales concedidos por Dios a determinadas personas. Aunque se le atribuyen sobre todo al Espíritu Santo, son igualmente don del Padre y del Hijo.
Son un don para la Iglesia. Aunque ya existían en el Antiguo Testamento, Dios los concede de forma incomparable en la Iglesia, por los méritos de Cristo.
Para el bien común. Concedidos para servir en la edificación de la Iglesia. Sus efectos se manifiestan en favor de los miembros del cuerpo en función del amor. Son útiles para la misión y por lo tanto no son ni privados (para uso egoísta, personal), ni son superfluos.
No son requisitos para la salvación personal como lo es la gracia santificante. No es mas santo el que tenga mayores carismas. Pero si es verdad que los santos se caracterizan por el buen uso de los carismas porque los ponen al servicio de la Iglesia motivados por el amor.
El Espíritu Santo los concede a quien quiere y cuando quiere. (1 Cor 12,11). Se encuentran en todo tiempo y lugar.
Son dones transitorios. El Espíritu Santo los da y los quita según su beneplácito; son pasajeros respecto a las virtudes teologales que son permanentes y sobre todo, con relación a la caridad que no disminuye; poseen, sin embargo, una cierta estabilidad que hace que el hombre dotado habitualmente del carisma profético sea llamado profeta.
Son valorados por su grado de utilidad; en cuanto mas útiles para edificar la Iglesia.
Es bueno pedirlos si lo hacemos por amor a la Iglesia, para servirla (1 Cor 14, 27)
Jamás podrían adquirirse ni ser previstos con las fuerzas humanas.
El carisma brota con formas nuevas. Por eso le incumbe al ministerio jerárquico la delicada tarea de examinar y cultivar los carismas que nacen continuamente en el seno del pueblo de Dios. Hacer aflorar nuevas modalidades de carismas, favorecer las concreciones institucionales de estos y velar para que se mantengan vivos, insertándolos adecuadamente en la vida de la Iglesia.
Por su naturaleza, los carismas son comunicativos, y hacen nacer aquella "afinidad espiritual entre las personas"
y aquella amistad en Cristo que da origen a los "movimientos". (cf. Christifideles laici, 24)
Criterios esenciales de los carismas auténticos (Libero Gerosa):
"Los carismas son gracias especiales que el Espíritu distribuye libremente entre los fieles de todo tipo y con los que los capacita y dispone para asumir varias obras y funciones, útiles para la renovación de la Iglesia y para el desarrollo de su construcción. Algunos de estos carismas son extraordinarios, otros, por el contrario, sencillos y mucho más difundidos, pero el juicio sobre su autenticidad corresponde, sin ninguna excepción, a los que presiden en la Iglesia, a los que compete no extinguir los carismas auténticos"
El carisma se distingue del talento:
talento: es la capacidad natural de la persona.
carisma: es un don sobrenatural del Espíritu para edificación del cuerpo eclesial. Por ser sobrenatural no implica que sea necesariamente algo portentoso, mas bien los dones se integran en la disposición natural de la persona y actúa en ella.
Antiguo Testamento
Aunque el término "carisma" parece ser propiamente paulino, la realidad a que se refiere está ya claramente operante en el Antiguo Testamento, en numerosos reyes, jueces, profetas y otros grandes personajes, tanto hombres como mujeres. Estos no solo recibieron de Dios una misión sino también la efusión del Espíritu Santo para ejercerla mas allá de las fuerzas meramente naturales.
Nuevo Testamento
La palabra carisma aparece 17 veces.
16 veces en San Pablo: Rom1,11; 5,15.16; 6,23; 11,29; 12,6; 1 Cor 1,7; 7,7; 12,4.9.28.30.31; 2 Cor 1,11; 1 Tm 4,14; 2 Tm 1,6.
1 vez en S. Pedro: 1 P 4, 10.
Carisma en San Pablo
San Pablo hace cuatro listas de carismas:
1 Cor 12,8-10;
1 Cor 12, 28-30
Rom 12, 6-8
Ef 4, 11
Las listas contienen un total de 20 carismas diferentes, pero estas no pretenden ser exhaustivas. Hay muchos mas carismas. Mientras unos son dones que capacitan para ejercer ciertos oficios, otros son extraordinarios. Pero todos son fruto de la gracia, es decir de la obra del Espíritu Santo.
El significado de "charisma" en Pablo varía. Algunas veces es aptitud, otras es sinónimo de gracia sacramental de estado. Pero siempre se trata de una gracia del Espíritu Santo que habilita a quien la recibe para servir en la edificación (oikodomé) de la comunidad (Iglesia). Es por lo tanto para el bien de todos (1 Cor 12). Los carismas tienen un carácter orgánico. Todos los carismas deben operar en armonía, como las múltiples funciones de un cuerpo sano.
Es necesario cuidar el uso de los carismas tanto para desarrollarlos como para encaminarlos en forma equilibrada hacia el propósito querido por Dios. San Pablo advierte a los Corintios sobre el peligro del mal uso de los carismas:
Cuando los carismas pretenden remplazar el esfuerzo y la responsabilidad de la vida cotidiana.
Cuando la atención se centra en los carismas haciendo de ellos un espectáculo, creando desorden y distrayendo de la disponibilidad al sacrificio.
Cuando se toma posesión de los carismas, buscando ávidamente poseerlos por interés egoísta (orgullo, competencia, fama, etc.).
San Pablo actúa fuertemente contra los excesos porque los carismas, si no contribuyen a la edificación del cuerpo, pueden hacerle daño.
San Pablo igualmente se preocupa de que no se apaguen los carismas
"No apaguéis el Espíritu. No despreciéis las profecías. Examinad todo y quedaos con lo que es bueno. Abstenéos de todo mal." (1 Ts 5, 19-22) Pablo enseña constantemente que Dios actúa íntimamente y poderosamente en sus hijos, dándoles los dones necesarios para la misión. Minimizar la necesidad de los dones es también una forma de poner al hombre como un falso protagonista de la edificación de la Iglesia, usurpando el lugar de Dios y relegándolo a un cielo que estaría distanciado de la tierra.
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Todos los santos son testimonio del poder de Dios y de los carismas que el suscita para el bien de la Iglesia.
San Ignacio de Loyola, a través de su propia experiencia de gracia, desarrolla unos "ejercicios espirituales" para discernir las mociones del Espíritu. Estos ejercicios correctamente presuponen que Dios se manifiesta al hombre, le da los carismas y le da conocimiento para utilizarlos correctamente. Este proceso de discernimiento debe continuar toda la vida e incluye necesariamente una profunda obediencia a la Iglesia.
Después del Concilio Vaticano II, se ha suscitado un desarrollo de la doctrina eclesiológica y pneumatológica. Al mismo tiempo el Espíritu Santo se ha manifestado extraordinariamente entre el pueblo de Dios. Han aparecido numerosos movimientos eclesiales con nuevos carismas. La Renovación Carismática en el Espíritu Santo a motivado un "redescubrimiento" de carismas como la curación, la profecía, el don de la alabanza en lenguas y muchos otros. El Espíritu Santo se da así a conocer como la verdadera vida de la Iglesia.
lunes, octubre 13, 2008
GUIA DE RELIGION 2º MEDIO
GUIA DE RELIGION 2º MEDIO
Asignatura Religión
Tema: Jerarquía de la Iglesia
EL PAPA
¿Cuál es su oficio?, ¿qué hace?, ¿por qué vive en Roma?, ¿cómo se elige?
El Papa es Obispo de Roma, Vicario de Jesucristo, Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, Sumo Pontífice de la Iglesia Universal, Patriarca de Occidente, Primado de Italia, Arzobispo y Metropolita de la provincia Romana, Soberano del Estado Vaticano, Siervo de los Siervos de Dios.
El más importante es el último, el de los Siervos de los Siervos de Dios, que fue un título que fue acuñado por primera vez por el Papa San León Magno.
¿Quién es el Papa, cuál es su oficio, por qué vive en Roma?
Cuando Jesucristo instituye su Iglesia, hizo de Simón Pedro, el rudo pescador del lago de Bethsaida en Galilea, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella y lo instituyó pastor del rebaño (Jn. 21, 15-17). El Papa no tiene otro oficio que el de ser depositario de las llaves de la Iglesia y pastor del gran rebaño que forma la Iglesia Católica.
Esta sucesión de personas, desde San Pedro hasta nuestros días, se ha continuado a través de 21 siglos en la persona que todos conocemos hoy como Santo Padre, Papa, o Sumo Pontífice de la Iglesia Universal. San Pedro recibió de Jesucristo este poder de “atar y desatar” y se ha ido transmitiendo a través del tiempo. Él residió primero en Antioquia, después, de acuerdo a lo que dice el cronista del año 354, por 25 años residió en Roma en donde encontró el martirio en el año 64 o 67 de nuestra era. Muchos de sucesores han pagado con su sangre la fidelidad a esta sucesión. Desde esa época el Papa vive en Roma con excepción del período en que los Papas vivieron en la ciudad francesa de Avignon a finales del siglo XIV.
Roma es pues, la ciudad de los Papas. Existe una bella tradición que nos recuerda el por qué se ha tenido a Roma como la ciudad de residencia de los Papas. Se cuenta que una noche San Pedro huía de la ciudad de Roma, presa del miedo y el descorazonamiento. Huía por la via Appia, la avenida de los largos cipreses. Sería la madrugada cuando justo a las afueras de la puerta de San Sebastiano, habiendo ya burlado la guardia romana, se encuentra con Cristo que viene por el camino en dirección contraria a Pedro. Éste se sorprende y le pregunta sorprendido: “¿Adónde vas Señor?” (Quo vadis Domine?, en latín). Y Jesús se dice que le respondió: “Voy a Roma a ser crucificado de nuevo” Y en uno de esos arranques de generosidad, muy propios del temperamento primario de aquel pescador de Bethsaida, Pedro desanda sus pasos y vuelve a la ciudad de Roma.
Hoy en día, la Iglesia de “Quo vadis?” nos recuerda este momento dramático en la vida de San Pedro. Además, algunos estudios arqueológicos han demostrado que justo debajo del Altar de la Confesión en la Basílica de San Pedro, se han encontrado los huesos de quien se cree fue San Pedro. Al Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, le toca ser el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los obispos, como de la muchedumbre de los fieles. A él le corresponde confirmar en la fe a todos sus hermanos, es decir a todos los católicos. “El Romano Pontífice goza de esta infalibilidad en virtud de su ministerio cuando como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral”. (Catecismo de la Iglesia Católica n. 891)
Es para todos los católicos una gracia muy especial el saber que las enseñanzas del Papa son las mismas enseñanzas que las enseñanzas de Cristo. Los católicos no creemos simplemente en lo que dice el Papa. Sabemos que lo que dice el Papa es lo mismo que ha dicho Cristo. El Papa goza de esa asistencia especial de Cristo de forma que no pueda equivocarse en todo lo relacionado con la fe. Esta ayuda especial es lo que se llama la infalibilidad.
Junto con el oficio de Maestro está también el de Pastor que Cristo le da a Pedro al final del evangelio de San Juan. Por tres veces Cristo le pregunta a Simón Pedro si le ama y ante la respuesta afirmativa de Pedro, Jesús le ordena “Apacienta mis corderos... Apacienta mis ovejas... Apacienta mis ovejas” (Jn. 21, 15-17). Tres veces le pregunta y tres veces le responde. ¿Mayor confirmación que ésta para darle el encargo de Pastor universal de los hombres? Y así lo entendieron los apóstoles desde aquellos tiempos. Sabían que Pedro tenía un lugar privilegiado entre ellos, por indicación del mismo Cristo. Por lo tanto, al Sumo Pontífice le corresponde también ser el Pastor Universal de la Iglesia Católica. Como Pastor debe guiar a las ovejas hacia los mejores pastos, debe ayudarlas en sus necesidades y dificultades.
¿Como se elige al Sumo Pontífice?
El Sumo Pontífice se elige de entre aquellos miembros del colegio cardenalicio que tiene menos de ochenta y años. A la muerte del Papa, se reúnen todos en un Consistorio (nombre oficial de la reunión) en la Capilla Sixtina. Nadie, excepto ellos puede entrar en este lugar. Durante varios días realizan consultas y escrutinios entre ellos para decidir quien será el siguiente Papa.
Las papeletas que utilizan en las votaciones indican el nombre del candidato que cada Cardenal propone como futuro Papa. Si ningún cardenal alcanza los dos tercios del número de votantes, más uno, se recogen las papeletas y son quemadas junto con una sustancia que produce humo negro. Este humo negro puede verse desde la Plaza de San Pedro y nos indica que la votación efectuada no alcanzó la mayoría antes descrita. Cuando en la votación se consigue que un cardenal haya obtenido los dos tercios del número de los votantes más uno, entonces las papeletas se queman con una sustancia que produce humo blanco. Este humo es la señal que la Iglesia Católica tiene ya un nuevo Pontífice.
Antiguamente se usaba paja seca o paja mojada para dar al humo la coloración negra o blanca, según el caso. Sin embargo, como esto se prestaba a confusión por el color del humo producido, se ha optado desde la última votación por utilizar sustancias químicas que aseguren el color deseado.
LOS OBISPOS
Jesús instituyó la Iglesia para que la obra de la redención pudiera continuar a lo largo de todos los siglos venideros, hasta la consumación de los tiempos. Si bien Él permanece en su Iglesia y la asiste constantemente a través del Espíritu Santo, ha querido desde el inicio asociar a varios hombres en esta obra de la redención. Cristo llamó a doce hombres. Quiso asociarlos a su misión y así vivió con ellos, comió con ellos,, pasó las mismas penalidades, sufrimientos y alegrías que ellos pasaron. Estos doce hombres fueron llamados apóstoles. Cristo, al instituir a los Doce, “formó una especia de Colegio o grupo estable y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él.” (Lumen Gentium 19)
De esta manera, por disposición de Jesucristo San Pedro y los demás apóstoles forman un grupo, grupo que se llama “Colegio Apostólico”. Los sucesores de los apóstoles, de este colegio apostólico son los obispos.
San Clemente Romano nos explica brillantemente quienes fueron esos hombres, lo que hicieron y quienes son ahora los continuadores de esta obra: “Para que continuase después de su muerte la misión a ellos confiada, encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidarán todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les había puesto para ser pastores de la Iglesia de Dios.
Nombraron, por tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio”.
Por lo tanto podemos decir, junto con el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 886 que “cada uno de los obispos es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares. Como tales ejercen su gobierno pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios que le ha sido confiada, asistidos por los presbíteros (que son los sacerdotes) y los diáconos. Como miembros del colegio episcopal, que es la reunión de todos los obispos, cada uno de ellos participa de la solicitud por todas las Iglesias, solicitud que ejercen primeramente dirigiendo bien su propia Iglesia, como porción de la Iglesia universal. Esta solicitud se extenderá particularmente a los pobres, a los perseguidos por la fe y a los misioneros que trabajan por toda la tierra.”
¿Qué hace un obispo?
Tres son las funciones de un obispo: enseñar, santificar y gobernar.
Enseñar. Los obispos tienen él deber de anunciar a todos el Evangelio de Dios, según el mandato que nos dejó Cristo de ir por todo el mundo para predicar el Evangelio.
El oficio del obispo, en materia de enseñanza no es sólo el de la predicación, el de dar a conocer la palabra de Dios. Debe también vigilar para que esta palabra de Dios no sufra desviaciones y fallos para que de este modo quede garantizada a todos los fieles la posibilidad objetiva de profesar sin error la fe auténtica.
Para cumplir este servicio Cristo ha dotado a los obispos la infalibilidad cuando ejercen su ministerio con el sucesor de Pedro, sobre todo en un concilio ecuménico.
Esto no quiere decir que los obispos sean infalibles, sino que la asistencia divina les es concedida cuando enseñan en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma, Pastor de toda la Iglesia, una enseñanza que conduce a una mejor inteligencia de la Revelación en materia de fe y de costumbres. Todos nosotros debemos adherirnos a las enseñanzas de los obispos cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice.
Santificar. La Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia particular. Por lo tanto, al obispo le toca ser el administrador de la gracia del sumo sacerdote, en particular en la Eucaristía que él mismo ofrece o cuya oblación asegura por medio de los presbíteros (sacerdotes).
Además, el obispo, junto con los presbíteros (sacerdotes) santifican la Iglesia con su oración y su trabajo, por medio del ministerio de la palabra y de los sacramentos. Hay que recordar que el obispo es el ministro ordinario del sacramento de la confirmación.
Los obispos generalmente gobiernan en una porción de territorio que se llama diócesis. Las diócesis se forman de acuerdo a características similares de personas, cultura, costumbres, lenguaje. A su vez, las diócesis de un país o territorio determinado forman las Conferencias Episcopales.
Gobernar teniendo como modelo a Cristo, Buen Pastor y no de acuerdo a los criterios humanos del poder. Gobernar buscando ante todo el bien de las almas a él encomendadas.
En esta misión de gobernar deberá ver en esas almas a verdaderos hermanos a los que deberá guiar, ayudar y, llegado el caso, corregir por el bien de ellos. Un padre, cuando ve que su hijo se equivoca, lo corrige. Y no podemos tildar a ese padre de tirano o intolerante.
El Obispo buscará en todo y sobre todo el bien de sus súbditos y por ello deberá dictaminar lo que mejor corresponda a su bien espiritual.
¿Quién puede ser Obispo?
Para la idoneidad de los candidatos al Episcopado (Episcopado es una palabra que se utiliza en todo lo relacionado a los obispos) se requiere que el interesado sea insigne por la integridad de su fe, por sus buenas costumbres, su piedad, esto es, su vida de oración y sus relaciones con Dios.
También deberá tener un gran celo y amor por las almas, sabiduría, prudencia y otras virtudes humanas. Debe poseer buena fama, tener al menos treinta y cinco años y que haya sido ordenado sacerdote desde al menos cinco años antes de ser consagrado obispo. La palabra adecuado es “ser consagrado obispo” y no ser ordenado obispo, pues la palabra “ordenación” se aplica solamente al sacerdocio.
SACERDOCIO
El sacerdocio es un sacramento de la Nueva Alianza, instituido por Cristo en la Ultima Cena, que confiere a un hombre el poder de consagrar y ofrecer el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Santa Misa y de remitir y retener los pecados en el sacramento de reconciliación.
La Iglesia entera es un pueblo sacerdotal.
"La Iglesia entera es un pueblo sacerdotal. Por el bautismo, todos los fieles participan del sacerdocio de Cristo. Esta participación se llama "sacerdocio común de los fieles". A partir de este sacerdocio y al servicio del mismo existe otra participación en la misión de Cristo: la del ministerio conferido por el sacramento del Orden, cuya tarea es servir en nombre y en representación de Cristo-Cabeza en medio de la comunidad". Catecismo Iglesia Católica 1591.
El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles.
"El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles porque confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los ministros ordenados ejercen su servicio en el pueblo de Dios mediante la enseñanza, el culto divino y por el gobierno pastoral." (CIC 1592).
Los presbíteros (llamados también: sacerdotes)
Los presbíteros están unidos a los obispos en la dignidad sacerdotal y al mismo tiempo dependen de ellos en el ejercicio de sus funciones pastorales; son llamados a ser cooperadores diligentes de los obispos; forman en torno a su obispo el presbiterio que asume con él la responsabilidad de la Iglesia particular. Reciben del obispo el cuidado de una comunidad parroquial o de una función eclesial determinada. (CIC 1595).
Como se confiere el Sacramento
El sacramento del Orden es conferido por la imposición de las manos seguida de una oración de consagración solemne que pide a Dios para el ordenando las gracias del Espíritu Santo requeridas para su ministerio. La ordenación imprime un carácter sacramental indeleble. (CIC 1597)
Candidatos al sacramento del Orden
La Iglesia confiere el sacramento del Orden únicamente a varones bautizados, cuyas aptitudes para el ejercicio del ministerio han sido debidamente reconocidas. A la autoridad de la Iglesia corresponde la responsabilidad y el derecho de llamar a uno a recibir la ordenación.
En la Iglesia latina, el sacramento del Orden para el presbiterado sólo es conferido ordinariamente a candidatos que están dispuestos a abrazar libremente el celibato y que manifiestan públicamente su voluntad de guardarlo por amor del Reino de Dios y el servicio de los hombres. (CIC 1598- 1599).
Quien confiere el sacramento del Orden
Corresponde a los obispos conferir el sacramento del Orden en los tres grados. (CIC 1600).
Sobre el Sacerdote y Su Misión
1.- El sacerdote debe presentarse, ante todo, como un “hombre de fe” porque él, en virtud de su misión, debe comunicarla a través del anuncio de la Palabra.
No podrá predicar el Evangelio de forma convincente si él mismo no ha asimilado profundamente su mensaje. El da testimonio de la fe con su forma de actuar y con toda su vida.
2.- El sacerdote es también «hombre de lo sagrado», testigo del Invisible, portavoz de Dios revelado en Jesucristo. El sacerdote debe ser reconocido como un hombre de Dios, un hombre de oración, al que se ve rezar, al que se oye rezar.
El sacerdote, por tanto, debe alimentar en sí mismo una vida espiritual de calidad, inspirada en el don del propio sacerdocio ministerial. Su oración, su forma de compartir, sus esfuerzos en la vida, están inspirados por su actividad apostólica que se alimenta de toda una vida vivida con Dios. Hombre de fe, hombre de lo sagrado.
3.- El sacerdote es también un “hombre de comunión”. Es él quien reúne al Pueblo de Dios y refuerza la unión que hay entre sus miembros por medio de la Eucaristía; él es el animador de la caridad fraterna entre todos. Actúa con sus hermanos en el sacerdocio.
Colabora con su propio obispo. Se esfuerza en acrecentar los lazos de unión entre los miembros del presbiterio.
Sobre esta base de relaciones tan ricas y tan profundas, el celibato adquiere un significado nuevo: no es ya una condición del sacerdocio, sino el camino de una verdadera fecundidad, de una auténtica paternidad espiritual, porque el sacerdote entrega su vida para que los frutos del Espíritu maduren en el Pueblo de Dios.
DIACONADO
Un hombre que ha recibido el primer grado del sacramento de Ordenes Sagradas por la imposición de las manos del obispo.
La función del diácono es asistir a los sacerdotes en la predicación, la administración del bautismo, los matrimonios, la administración de las parroquias y otros servicios.
Los sacerdotes son primero ordenados diáconos. Son, por un tiempo, diáconos transitorios (en tránsito hacia el sacerdocio), para distinguirlos de los diáconos permanentes. El diaconado es para siempre.
El servicio de los diáconos en la Iglesia está documentado desde los tiempos apostólicos. Una tradición consolidada, atestiguada ya por S. Ireneo y que confluye en la liturgia de la ordenación, ha visto el inicio del diaconado en el hecho de la institución de los «siete», de la que hablan los Hechos del los Apostoles (6, 1-6). En el grado inicial de la sagrada jerarquía están, por tanto, los diáconos, cuyo ministerio ha sido siempre tenido en gran honor en le Iglesia.(14) San Pablo los saluda junto a los obispos en el exordio de la Carta a los Filipenses (cf. Fil 1, 1) y en la Primera Carta a Timoteo examina las cualidades y las virtudes con las que deben estar adornados para cumplir dignamente su ministerio (cf. 1 Tim 3, 8-13).(15)
Después del Concilio Vaticano II, se restauró la práctica de permitir al diaconado permanente hombres casados. Quién es ordenado diácono siendo soltero se compromete al celibato permanente. Un diácono casado que ha perdido a su esposa, no puede volver a contraer matrimonio.
-Los primeros diáconos fueron ordenados por los Apóstoles: Hechos 6, 1-6.
El diaconado permanente constituye un importante enriquecimiento para la misión de la Iglesia.(30) Ya que los deberes que competen a los diáconos son necesarios para la vida de la Iglesia,(31) es conveniente y útil que, sobre todo en los territorios de misiones,(32) los hombres que en la Iglesia son llamados a un ministerio verdaderamente diaconal, tanto en la vida litúrgica y pastoral, como en las obras sociales y caritativas «sean fortalecidos por la imposición de las manos transmitida desde los Apóstoles, y sean más estrechamente unidos al servicio del altar, para que cumplan con mayor eficacia su ministerio por la gracia sacramental del diaconado».(33)
LAICOS
Etimología:
El término laico, proviene de laós, “pueblo”, con el sufijo ikos, que en griego designa una categoría distinta a los jefes. La palabra laicos, posee una doble etimología: el que pertenece al pueblo; y el que dentro del pueblo se encuentra en una categoría inferior.
El laicado cristiano a la luz del Concilio Vaticano II:
El Vaticano II, aceptó y consagró la teología del laicado, y da por fin una definición de laicos: “los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos participes, a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo,(tria munera) ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo” (LG 31).
Aquí se describe al laico en tres relaciones:
1. Relación con Cristo (fundamento sacramental): El laico bautizado y ungido por el espíritu se hace cristiano, un iniciado por medio de los sacramentos. Tanto el sacerdocio común de fieles y el ordenado, participan del sacerdocio de Cristo: los sacerdotes en “persona de Cristo cabeza”, y los laicos en cuanto “cuerpo de Cristo”.
2. Relación con la Iglesia (misión): La misión de los laicos es entendida en los tres “oficios de Cristo”. Participan en la función profética (LG35;2), en la sacerdotal (LG34; 10), y en la real (LG 36).
3. Relación con el mundo (índole secular): Según el CV II seria que “el carácter secular es propio y particular de los laicos… A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el Reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” (LG 31).
Los cristianos laicos protagonistas de la nueva evangelización
La participación de todos los laicos en la misión evangelizadora de la Iglesia es hoy especialmente urgente. Es, incluso, más necesaria que nunca. La autonomía de nuestra sociedad crecientemente secularizada; la separación, pretendidamente justificada, entre la fe y la vida diaria, pública y privada; la tentación de reducir la fe a la esfera de lo privado; la crisis de valores; pero también la búsqueda de verdad y sentido, las más nobles aspiraciones de justicia, solidaridad, paz, reconocimiento efectivo de los derechos reconocidos y conculcados, la defensa de la naturaleza, son otros tantos desafíos que urgen a los católicos a impulsar una nueva evangelización, a contribuir a promover una nueva cultura y civilización de la vida y verdad, de la justicia y la paz, de la solidaridad y el amor.
Índole secular de los cristianos laicos y presencia evangelizadora en la vida pública
Todos los miembros de la Iglesia son llamados a la santidad. Los cristianos laicos, han de santificarse en el mundo. Su condición eclesial se encuentra radicalmente definida por su novedad cristiana y caracterizada por su índole secular61. "Su vida según el Espíritu se expresa particularmente en su inserción en las realidades temporales y en su participación en las actividades terrenas".
«Vida pública»: complejidad y amplitud
El campo propio, aunque no exclusivo, de la actividad evangelizadora de los laicos es la vida pública: «el dilatado y complejo mundo de la política, de la realidad social, de la economía; así como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los órganos de comunicación social; y también de otras realidades particularmente abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y de los adolescentes, el trabajo profesional, el sufrimiento».
lunes, septiembre 29, 2008
lunes, septiembre 22, 2008
sábado, mayo 03, 2008
Las pruebas sobre la existencia de Dios
Introducción
Primera vía: Se funda en el movimiento
Segunda vía: Se basa en la causalidad eficiente
Tercera vía: Se fundamenta en la contingencia de los seres
Cuarta vía: Considera los grados de perfección que hay en los seres
Quinta vía: Se toma del gobierno del mundo
Desde la Biblia
Conocimiento de Dios por medio de la creación
Conocimiento de Dios por los grados de perfección
El testimonio de la conciencia
La experiencia de Dios
Vivimos en un mundo marcado por la cultura de muerte. Las constantes manifestaciones de rupturas con uno mismo como soledad, tristeza, sin sentido, búsquedas desenfrenadas de falsas seguridades; las rupturas con los demás traducidas en violencia, delincuencia, terrorismo, guerras, entre otras; no tienen otra causa que la ruptura fontal con Aquel que nos creó y nos conoce plenamente, Dios mismo. El anhelo de infinito que cada hombre experimenta en lo más profundo de su corazón se ve traicionado al cerrarle la puerta al Único que puede saciar esa nostalgia de eternidad.
En la historia de la humanidad siempre han estado aquellos que niegan explícitamente a Dios, los denominados ateos; otros que crean dioses a sus medidas trayendo como consecuencia visiones reducidas de Dios, como por ejemplo: los deístas, los panteístas, los idealistas kantianos, etc.
En nuestros días percibimos -por el avance del secularismo- la ausencia de Dios en las estructuras de nuestra sociedad, una sociedad que termina poniendo a Dios "entre paréntesis", regida por un estribillo cada vez más común: "si Dios no está en mi vida práctica y no tengo como probar si existe o no existe, entonces no me interesa".
Ante este panorama, los católicos enfrentamos la urgencia de hacer una opción clara y decidida por anunciar con sólidos argumentos que Dios sí existe y está muy cerca de cada uno de nosotros.
El hombre puede llegar al conocimiento de Dios de muchas maneras. Todas ellas responden tanto a la capacidad natural de la inteligencia humana de conocer la existencia de Dios, como a la Revelación divina que nos ofrece de El un conocimiento sobrenatural.
Por ello, seguidamente señalaremos los principales postulados que nos permiten afirmar que Dios existe, es real y es cercano.
Empezaremos con las cinco vías que Santo Tomás de Aquino desarrolló hace más de 700 años para demostrar la existencia de Dios, desde un conocimiento a posteriori, es decir una manera de aproximarse a la realidad divina desde la experiencia sensible, que va de lo conocido a lo desconocido, de lo sensible a lo espiritual, de los efectos a la causa suprema.
Primera vía: Se funda en el movimiento
1) Es innegable, y consta a nuestros sentidos, que hay cosas que se mueven, es decir, que cambian. No se trata sólo del movimiento en sentido físico (locomoción), sino en sentido metafísico, es decir, como paso de la potencia al acto (cambios de una condición a otra, de un ser a otro, etcétera).
2) Pues bien, todo lo que se mueve, cambia, muda o transforma es movido por otro, ya que nada se mueve más que cuando está en potencia respecto a aquello para lo que se mueve. En cambio, mover requiere estar en acto, ya que mover no es otra cosa que hacer pasar algo de la potencia al acto, y esto no puede hacerlo más que lo que está en acto. Por ejemplo, el fuego hace que un leño -que está caliente sólo en potencia- pase a estar caliente en acto. Pero no es posible que una misma cosa esté, a la vez, en potencia y en acto respecto a lo mismo, sino en orden a cosas diversas. Es imposible que una misma cosa sea, por lo mismo y de la misma manera, motor y móvil, como también lo es que se mueva a sí misma. Por consiguiente, todo lo que se mueve es movido por otro.
3) Pero, si lo que mueve a otro es, a su vez, movido, es necesario que lo mueva un tercero, y a éste otro. Mas no se puede seguir indefinidamente, porque así no habría un primer motor, y, por consiguiente, no habría motor alguno, pues los motores intermedios no mueven más que en virtud del movimiento que reciben del primero, lo mismo que un bastón nada mueve si no lo impulsa la mano.
Por consiguiente, es necesario llegar a un primer motor que no sea movido por nadie.
4) Este primer motor que no es movido por nadie es el que todos entienden por Dios. Luego Dios existe.
Segunda vía: Se basa en la causalidad eficiente
1) Nos consta por experiencia que hay en el mundo sensible un orden determinado entre las causas eficientes, pues están subordinadas esencialmente entre sí para la producción de un efecto común.
2) Pero no se da, ni es tampoco posible, que una cosa sea causa de sí misma, ni en el orden del ser ni en el de la operación, pues en tal caso habría de ser anterior a sí misma, y esto es imposible.
3) Ahora bien: esa serie de causas eficientes, subordinadas esencialmente entre sí, no se puede prolongar indefinidamente, porque siempre que hay causas eficientes subordinadas, la primera es causa de la intermedia, y ésta causa de la última. Cada una de estas causas actúa por influjo de las causas que la preceden. Y así tenemos que, suprimida una causa se suprime su efecto. Por consiguiente, si no existiese una causa primera, tampoco existiría la intermedia, ni la última. Si, pues, se prolongase indefinidamente la serie de causas eficientes, no habría causa eficiente primera y, por tanto, no habría efecto último, ni causa eficiente intermedia, cosa falsa a todas luces.
Por consiguiente, es necesario que exista una causa eficiente primera.
4) Esta causa eficiente primera, que no es causada por ninguna otra, a la que están subordinadas todas las demás causas; es decir, esta causa eficiente incausada es llamada por todos Dios. Luego Dios existe.
Tercera vía: Se fundamenta en la contingencia de los seres
1) Es evidente que hallamos en la naturaleza seres que pueden existir o no existir, pues vemos seres que vienen a la existencia por generación y seres que se destruyen por corrupción; es decir, seres que no tienen en sí mismos la razón de su existencia, sino que están condicionados por otros seres, y, por tanto, hay posibilidad de que existan y de que no existan. Estos seres reciben el nombre de seres contingentes.
2) Ahora bien: es imposible que los seres contingentes hayan existido siempre, ya que lo que tiene la posibilidad de no ser, hubo un tiempo en que no fue. Es decir, los seres contingentes, que tienen la posibilidad de existir y de no existir, reciben la existencia, no por sí mismos, sino por otro ser que ya existe. Así, pues, los seres contingentes son, por esencia, efecto, seres que piden causa, seres que alguna vez han comenzado a existir causados por otro.
Pero, como ya se demostró antes (segunda vía), es imposible y absurdo que haya una serie infinita de seres contingentes, es decir, de causas subordinadas, ya que es imposible que sólo existan efectos.
Por consiguiente, los seres contingentes exigen la existencia de un ser que no haya comenzado a existir; un ser no causado, que exista por sí mismo; un ser que ha existido siempre. A este ser se le llama ser necesario.
3) Pero el ser necesario, o tiene la existencia por sí mismo, o la ha recibido de otro ser necesario superior. En esta segunda hipótesis, si el ser necesario ha recibido su existencia de otro ser necesario superior, es imposible aceptar una serie indefinida de seres necesarios. Es forzoso, por tanto, admitir la existencia de un ser necesario que exista por sí mismo y que no tenga fuera de sí la causa de su necesidad, sino que sea causa de los demás seres.
4) A este ser necesario, que no tiene la existencia recibida de otro, sino que existe por sí mismo, en virtud de su propia naturaleza, es al que todos llaman Dios. Luego Dios existe.
Cuarta vía: Considera los grados de perfección que hay en los seres
1) Vemos en los seres que unos son más o menos buenos, más o menos verdaderos y nobles que otros; y lo mismo ocurre con las diversas cualidades. Así, por ejemplo, nadie duda que el hombre es más perfecto que el animal; el animal, más perfecto que el vegetal; y éste más perfecto que el mineral. Lo propio se ha de decir de la bondad, de la verdad, de la nobleza y de otras perfecciones semejantes, las cuales están realizadas en todos los seres según una diversidad de grados, en virtud de la cual unos seres son más perfectos que otros.
2) Pero la diversidad de grados que se da en esas perfecciones, es decir, las cosas más o menos buenas, más o menos verdaderas, más o menos bellas, etc., suponen la existencia de lo máximo; están reclamando un ser óptimo, verdaderísimo, bellísimo, etc. En otras palabras, esos grados dc perfección son algo causado por otro, el cual, si posee esas perfecciones en grado limitado, las tendrá, a su vez, causadas por otro.
3) Pero como es imposible admitir una serie infinita de causas limitadas, causadas, en este proceso de ascensión, llegamos a una primera causa en donde todas esas perfecciones se encuentran en grado sumo y en toda su plenitud. Por lo tanto, ha de existir algo que sea verísimo, nobilísimo, bellísimo y óptimo, y por ello ente o ser supremo, pues lo que es verdad máxima es máxima entidad.
Ahora bien: quien tiene una perfección pura en grado máximo, o por esencia, es causa de esta perfección en todos aquellos que la poseen en grado inferior, o por participación. Además, no puede ser más que un único ser, una única perfección subsistente en sí misma, una única perfección en toda su plenitud y totalidad.
4) Por consiguiente, existe algo que es para todas las cosas causa de su ser, de su bondad, de su belleza y de todas sus perfecciones, porque se trata del Ser sumo, de la Verdad suma, de la suma Bondad; y a este ser todos lo llamamos Dios. Luego Dios existe.
Quinta vía: Se toma del gobierno del mundo
1) Vemos que cosas que carecen de conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin, como se comprueba observando que siempre, o casi siempre, obran de la misma manera para conseguir lo que más les conviene, es decir, su plena evolución y desarrollo, o la conservación de su especie, o el orden dinámico del cosmos, etc., por lo que se comprende que no van a su fin obrando al azar, sin rumbo ni orientación, sino intencionadamente.
2) Ahora bien: los seres que carecen de conocimiento no pueden tender a sus respectivos fines si no los dirige un ser inteligente que conozca dicho fin, a la manera como el arquero dirige la flecha.
3) Esta inteligencia ordenadora no puede estar ordenada por una serie indefinida de inteligencias, sino que es preciso llegar a un ser inteligente supremo, que consiste en su mismo acto de entender, un entender infinito, subsistente y único; es decir, que es el origen y el fundamento de todas las demás inteligencias que conocen y dirigen las cosas carentes de conocimiento a sus propios fines.
4) Luego existe un Ser inteligente supremo que dirige todas las cosas naturales a sus respectivos fines, y a este Ser lo llamamos Dios. Luego Dios existe.
Desde la Biblia
Junto a estas cinco pruebas también podemos llegar a constatar la existencia de Dios aproximándonos a la realidad desde un fundamento bíblico:
a) Conocimiento de Dios por medio de la creación
La Sagrada Escritura atestigua este principio: la razón humana puede conocer a Dios por medio de la creación, pues las cosas creadas son testimonio permanente de su Autor y llevan a su Conocimiento con alcance universal.
En este sentido, en el Libro de la Sabiduría encontramos dos motivos por los cuales el hombre puede alcanzar el conocimiento de Dios. Uno es la belleza que hay en las criaturas: por la contemplación de las diversas bellezas creadas, el hombre puede alcanzar el conocimiento de Aquel que es la fuente de toda belleza, Dios, Belleza Suprema. El otro motivo es el poder y la fuerza que existe en la naturaleza creada: las fuerzas de la naturaleza son un reflejo de la Omnipotencia de Aquel a quien se someten todas las potencias.
"Vanos son por naturaleza todos los hombres que ignoran a y no alcanzan a conocer por los bienes visibles a Aquel-que-es, ni, atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice; sino que al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo los consideraron como dioses, rectores del universo. Si, seducidos por su belleza, los tuvieron como dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de todos ellos, pues es el Autor mismo de la belleza quien los creó. Y si se admiraron de su poder y de su fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su Creador; pues, de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se llega por razonamiento al claro conocimiento de su Autor. Con todo, no merecen éstos tan grave reprensión, pues tal vez caminan desorientados buscando a Dios y queriéndole hallar. Ocupados en sus obras, se esfuerzan en conocerlas, y se dejan seducir por lo que ven. ¡Tan bellas se presentan a sus ojos! Pero, por otra parte, tampoco son éstos excusables; porque, si llegaron a adquirir tanta ciencia y fueron capaces de investigar el universo, ¿Cómo no llegaron más fácilmente a descubrir a su Señor?" (Sabiduría 13, 1-9).
b) Conocimiento de Dios por los grados de perfección
Los grados de perfección que el hombre conoce en la naturaleza reflejan la perfección absoluta de un Dios único y personal, al que todos los hombres son llamados a adorar y a seguir.
"La cólera de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad e injusticia de los hombres, que aprisionan la verdad en la injusticia; pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque las perfecciones invisibles de Dios, su poder eterno y su divinidad, se han hecho visibles después de la creación del mundo por el conocimiento que de ellas nos dan las criaturas, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en vanos razonamientos, y su insensato corazón se llenó de tinieblas: jactándose de sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles. Por eso, Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos; a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. Amén". (Rom 1, 18-25; ver Hech 14, 14-18; 17, 22-30).
En esta carta, el Apóstol San Pablo enseña claramente que el que no reconoce a Dios lo hace por opción libre, pues no se trata sólo de no percibir lo invisible de Dios en las cosas visibles, sino de un cerrazón del corazón que no quiere reconocer a Dios como Señor, y le niega el dominio sobre el hombre y sobre las cosas. Así, el hombre se degrada, no es capaz de reconocer su puesto en un mundo que se ha convertido en desordenado y caótico, y no acierta a descubrir la dimensión divina que aflora en todas las cosas.
c) El testimonio de la conciencia
Asimismo, en la Sagrada Escritura encontramos otro medio a través del cual el hombre puede conocer a Dios: se trata de su conciencia, la cual expresa tanto la existencia de Dios como la ley natural que Dios escribió en el corazón de todo hombre.
"Cuando los gentiles, que no tienen Ley, cumplen las prescripciones de la Ley guiados por la razón natural, sin tener Ley son para sí mismos Ley -es decir, obran según su conciencia-. Y con esto muestran que los preceptos de la Ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia con los juicios que, alternativamente, ya les acusan o bien les defienden". (Rom 2. 14-15).
Los que no han recibido la Revelación de Dios conocen por su razón natural los principios esenciales que informan la ley natural. En la intimidad de su corazón, todo hombre tiene grabada una ley moral natural que participa de la ley eterna de Dios.
Por último, podemos también llegar a demostrar la existencia de Dios desde la propia experiencia interior.
Experiencia personal de Dios
Hay muchas personas que no necesitan de esos argumentos antes señalados para creer y amar a Dios, la experiencia interior de percibirse volcado hacia algo eterno lo conduce hacia Aquel Único Eterno, Dios mismo que toca el corazón para entrar en una infinita comunión de amor, en un diálogo personal e intenso.
Es más, el mismo hecho de estar en mayor sintonía con el sello que con su Imagen Dios ha marcado al hombre, lleva a la persona a acercarse a Dios de manera natural, teniendo la convicción de la existencia de Dios como la luz del día o las estrellas de la noche.. Justamente, como imagen de Dios, el hombre conserva esa convicción divina no como algo extraño y añadido por la presión de la cultura, sino como algo propio, como el fundamento radical de su ser, como la luz que explica el dinamismo de su vida, y como el amor en el que encuentra su plenitud.
Ejemplos en la historia de la Iglesia hay muchos, que al momento de ver el propio interior se encuentran con Aquel que ilumina cada espacio del propio ser.
Vemos esto en el testimonio de San Agustín: "Y he aquí que oigo de la casa vecina una voz, no sé si de un niño o de una niña, que decía cantando, y repetía muchas veces: ¡Toma, lee; toma, lee! Y al punto, inmutado el semblante, me puse con toda atención a pensar, si acaso habría alguna manera de juego, en que los niños usasen canturrear algo parecido; y no recordaba haberlo jamás oído en parte alguna. Y reprimido el ímpetu de las lágrimas, me levanté, interpretando que no otra cosa se me mandaba de parte de Dios, sino que abriese el libro y leyese el primer capítulo que encontrase. Porque había oído decir de Antonio, que por la lección evangélica, a la cual llegó casualmente, había sido amonestado, como si se dijese para él lo que se leía: "Ve, vende todo cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; y ven y sígueme" (Mt 19, 31); y con este oráculo, luego se convirtió a Vos. Así que volví a toda prisa al lugar donde estaba sentado Alipio, pues allí había puesto el códice del Apóstol al levantarme de allí; lo arrebaté, lo abrí y leí en silencio el primer capítulo que se me vino a los ojos: 'No en comilonas ni embriagueces; no en fornicaciones y deshonestidades; no en rivalidad y envidia; sino vestíos de nuestro Señor Jesucristo, y no hagáis caso de la carne para satisfacer sus concupiscencias' (Rom 13, 13-14). No quise leer más, ni fue menester; pues apenas leída esta sentencia, como si una luz de seguridad se hubiera difundido en mi corazón. todas las tinieblas de la duda se desvanecieron".
También, como testimonios más cercano a nuestra época, tenemos al Cardenal Newman, que en su afán de profundizar en la vida interior, se convierte al catolicismo por la oración y el estudio. Asimismo, está Claudel que se siente conmovido en su espíritu al oír el canto del Magníficat en una tarde de Navidad; y confiesa:
"Qué dichosas son las personas que creen! Pero... si fuera verdad... ¡Es verdad! ¡Dios existe, está ahí! ¡Es alguien, es un ser tan personal como yo! Me ama. Me llama".
Primera vía: Se funda en el movimiento
Segunda vía: Se basa en la causalidad eficiente
Tercera vía: Se fundamenta en la contingencia de los seres
Cuarta vía: Considera los grados de perfección que hay en los seres
Quinta vía: Se toma del gobierno del mundo
Desde la Biblia
Conocimiento de Dios por medio de la creación
Conocimiento de Dios por los grados de perfección
El testimonio de la conciencia
La experiencia de Dios
Vivimos en un mundo marcado por la cultura de muerte. Las constantes manifestaciones de rupturas con uno mismo como soledad, tristeza, sin sentido, búsquedas desenfrenadas de falsas seguridades; las rupturas con los demás traducidas en violencia, delincuencia, terrorismo, guerras, entre otras; no tienen otra causa que la ruptura fontal con Aquel que nos creó y nos conoce plenamente, Dios mismo. El anhelo de infinito que cada hombre experimenta en lo más profundo de su corazón se ve traicionado al cerrarle la puerta al Único que puede saciar esa nostalgia de eternidad.
En la historia de la humanidad siempre han estado aquellos que niegan explícitamente a Dios, los denominados ateos; otros que crean dioses a sus medidas trayendo como consecuencia visiones reducidas de Dios, como por ejemplo: los deístas, los panteístas, los idealistas kantianos, etc.
En nuestros días percibimos -por el avance del secularismo- la ausencia de Dios en las estructuras de nuestra sociedad, una sociedad que termina poniendo a Dios "entre paréntesis", regida por un estribillo cada vez más común: "si Dios no está en mi vida práctica y no tengo como probar si existe o no existe, entonces no me interesa".
Ante este panorama, los católicos enfrentamos la urgencia de hacer una opción clara y decidida por anunciar con sólidos argumentos que Dios sí existe y está muy cerca de cada uno de nosotros.
El hombre puede llegar al conocimiento de Dios de muchas maneras. Todas ellas responden tanto a la capacidad natural de la inteligencia humana de conocer la existencia de Dios, como a la Revelación divina que nos ofrece de El un conocimiento sobrenatural.
Por ello, seguidamente señalaremos los principales postulados que nos permiten afirmar que Dios existe, es real y es cercano.
Empezaremos con las cinco vías que Santo Tomás de Aquino desarrolló hace más de 700 años para demostrar la existencia de Dios, desde un conocimiento a posteriori, es decir una manera de aproximarse a la realidad divina desde la experiencia sensible, que va de lo conocido a lo desconocido, de lo sensible a lo espiritual, de los efectos a la causa suprema.
Primera vía: Se funda en el movimiento
1) Es innegable, y consta a nuestros sentidos, que hay cosas que se mueven, es decir, que cambian. No se trata sólo del movimiento en sentido físico (locomoción), sino en sentido metafísico, es decir, como paso de la potencia al acto (cambios de una condición a otra, de un ser a otro, etcétera).
2) Pues bien, todo lo que se mueve, cambia, muda o transforma es movido por otro, ya que nada se mueve más que cuando está en potencia respecto a aquello para lo que se mueve. En cambio, mover requiere estar en acto, ya que mover no es otra cosa que hacer pasar algo de la potencia al acto, y esto no puede hacerlo más que lo que está en acto. Por ejemplo, el fuego hace que un leño -que está caliente sólo en potencia- pase a estar caliente en acto. Pero no es posible que una misma cosa esté, a la vez, en potencia y en acto respecto a lo mismo, sino en orden a cosas diversas. Es imposible que una misma cosa sea, por lo mismo y de la misma manera, motor y móvil, como también lo es que se mueva a sí misma. Por consiguiente, todo lo que se mueve es movido por otro.
3) Pero, si lo que mueve a otro es, a su vez, movido, es necesario que lo mueva un tercero, y a éste otro. Mas no se puede seguir indefinidamente, porque así no habría un primer motor, y, por consiguiente, no habría motor alguno, pues los motores intermedios no mueven más que en virtud del movimiento que reciben del primero, lo mismo que un bastón nada mueve si no lo impulsa la mano.
Por consiguiente, es necesario llegar a un primer motor que no sea movido por nadie.
4) Este primer motor que no es movido por nadie es el que todos entienden por Dios. Luego Dios existe.
Segunda vía: Se basa en la causalidad eficiente
1) Nos consta por experiencia que hay en el mundo sensible un orden determinado entre las causas eficientes, pues están subordinadas esencialmente entre sí para la producción de un efecto común.
2) Pero no se da, ni es tampoco posible, que una cosa sea causa de sí misma, ni en el orden del ser ni en el de la operación, pues en tal caso habría de ser anterior a sí misma, y esto es imposible.
3) Ahora bien: esa serie de causas eficientes, subordinadas esencialmente entre sí, no se puede prolongar indefinidamente, porque siempre que hay causas eficientes subordinadas, la primera es causa de la intermedia, y ésta causa de la última. Cada una de estas causas actúa por influjo de las causas que la preceden. Y así tenemos que, suprimida una causa se suprime su efecto. Por consiguiente, si no existiese una causa primera, tampoco existiría la intermedia, ni la última. Si, pues, se prolongase indefinidamente la serie de causas eficientes, no habría causa eficiente primera y, por tanto, no habría efecto último, ni causa eficiente intermedia, cosa falsa a todas luces.
Por consiguiente, es necesario que exista una causa eficiente primera.
4) Esta causa eficiente primera, que no es causada por ninguna otra, a la que están subordinadas todas las demás causas; es decir, esta causa eficiente incausada es llamada por todos Dios. Luego Dios existe.
Tercera vía: Se fundamenta en la contingencia de los seres
1) Es evidente que hallamos en la naturaleza seres que pueden existir o no existir, pues vemos seres que vienen a la existencia por generación y seres que se destruyen por corrupción; es decir, seres que no tienen en sí mismos la razón de su existencia, sino que están condicionados por otros seres, y, por tanto, hay posibilidad de que existan y de que no existan. Estos seres reciben el nombre de seres contingentes.
2) Ahora bien: es imposible que los seres contingentes hayan existido siempre, ya que lo que tiene la posibilidad de no ser, hubo un tiempo en que no fue. Es decir, los seres contingentes, que tienen la posibilidad de existir y de no existir, reciben la existencia, no por sí mismos, sino por otro ser que ya existe. Así, pues, los seres contingentes son, por esencia, efecto, seres que piden causa, seres que alguna vez han comenzado a existir causados por otro.
Pero, como ya se demostró antes (segunda vía), es imposible y absurdo que haya una serie infinita de seres contingentes, es decir, de causas subordinadas, ya que es imposible que sólo existan efectos.
Por consiguiente, los seres contingentes exigen la existencia de un ser que no haya comenzado a existir; un ser no causado, que exista por sí mismo; un ser que ha existido siempre. A este ser se le llama ser necesario.
3) Pero el ser necesario, o tiene la existencia por sí mismo, o la ha recibido de otro ser necesario superior. En esta segunda hipótesis, si el ser necesario ha recibido su existencia de otro ser necesario superior, es imposible aceptar una serie indefinida de seres necesarios. Es forzoso, por tanto, admitir la existencia de un ser necesario que exista por sí mismo y que no tenga fuera de sí la causa de su necesidad, sino que sea causa de los demás seres.
4) A este ser necesario, que no tiene la existencia recibida de otro, sino que existe por sí mismo, en virtud de su propia naturaleza, es al que todos llaman Dios. Luego Dios existe.
Cuarta vía: Considera los grados de perfección que hay en los seres
1) Vemos en los seres que unos son más o menos buenos, más o menos verdaderos y nobles que otros; y lo mismo ocurre con las diversas cualidades. Así, por ejemplo, nadie duda que el hombre es más perfecto que el animal; el animal, más perfecto que el vegetal; y éste más perfecto que el mineral. Lo propio se ha de decir de la bondad, de la verdad, de la nobleza y de otras perfecciones semejantes, las cuales están realizadas en todos los seres según una diversidad de grados, en virtud de la cual unos seres son más perfectos que otros.
2) Pero la diversidad de grados que se da en esas perfecciones, es decir, las cosas más o menos buenas, más o menos verdaderas, más o menos bellas, etc., suponen la existencia de lo máximo; están reclamando un ser óptimo, verdaderísimo, bellísimo, etc. En otras palabras, esos grados dc perfección son algo causado por otro, el cual, si posee esas perfecciones en grado limitado, las tendrá, a su vez, causadas por otro.
3) Pero como es imposible admitir una serie infinita de causas limitadas, causadas, en este proceso de ascensión, llegamos a una primera causa en donde todas esas perfecciones se encuentran en grado sumo y en toda su plenitud. Por lo tanto, ha de existir algo que sea verísimo, nobilísimo, bellísimo y óptimo, y por ello ente o ser supremo, pues lo que es verdad máxima es máxima entidad.
Ahora bien: quien tiene una perfección pura en grado máximo, o por esencia, es causa de esta perfección en todos aquellos que la poseen en grado inferior, o por participación. Además, no puede ser más que un único ser, una única perfección subsistente en sí misma, una única perfección en toda su plenitud y totalidad.
4) Por consiguiente, existe algo que es para todas las cosas causa de su ser, de su bondad, de su belleza y de todas sus perfecciones, porque se trata del Ser sumo, de la Verdad suma, de la suma Bondad; y a este ser todos lo llamamos Dios. Luego Dios existe.
Quinta vía: Se toma del gobierno del mundo
1) Vemos que cosas que carecen de conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin, como se comprueba observando que siempre, o casi siempre, obran de la misma manera para conseguir lo que más les conviene, es decir, su plena evolución y desarrollo, o la conservación de su especie, o el orden dinámico del cosmos, etc., por lo que se comprende que no van a su fin obrando al azar, sin rumbo ni orientación, sino intencionadamente.
2) Ahora bien: los seres que carecen de conocimiento no pueden tender a sus respectivos fines si no los dirige un ser inteligente que conozca dicho fin, a la manera como el arquero dirige la flecha.
3) Esta inteligencia ordenadora no puede estar ordenada por una serie indefinida de inteligencias, sino que es preciso llegar a un ser inteligente supremo, que consiste en su mismo acto de entender, un entender infinito, subsistente y único; es decir, que es el origen y el fundamento de todas las demás inteligencias que conocen y dirigen las cosas carentes de conocimiento a sus propios fines.
4) Luego existe un Ser inteligente supremo que dirige todas las cosas naturales a sus respectivos fines, y a este Ser lo llamamos Dios. Luego Dios existe.
Desde la Biblia
Junto a estas cinco pruebas también podemos llegar a constatar la existencia de Dios aproximándonos a la realidad desde un fundamento bíblico:
a) Conocimiento de Dios por medio de la creación
La Sagrada Escritura atestigua este principio: la razón humana puede conocer a Dios por medio de la creación, pues las cosas creadas son testimonio permanente de su Autor y llevan a su Conocimiento con alcance universal.
En este sentido, en el Libro de la Sabiduría encontramos dos motivos por los cuales el hombre puede alcanzar el conocimiento de Dios. Uno es la belleza que hay en las criaturas: por la contemplación de las diversas bellezas creadas, el hombre puede alcanzar el conocimiento de Aquel que es la fuente de toda belleza, Dios, Belleza Suprema. El otro motivo es el poder y la fuerza que existe en la naturaleza creada: las fuerzas de la naturaleza son un reflejo de la Omnipotencia de Aquel a quien se someten todas las potencias.
"Vanos son por naturaleza todos los hombres que ignoran a y no alcanzan a conocer por los bienes visibles a Aquel-que-es, ni, atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice; sino que al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo los consideraron como dioses, rectores del universo. Si, seducidos por su belleza, los tuvieron como dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de todos ellos, pues es el Autor mismo de la belleza quien los creó. Y si se admiraron de su poder y de su fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su Creador; pues, de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se llega por razonamiento al claro conocimiento de su Autor. Con todo, no merecen éstos tan grave reprensión, pues tal vez caminan desorientados buscando a Dios y queriéndole hallar. Ocupados en sus obras, se esfuerzan en conocerlas, y se dejan seducir por lo que ven. ¡Tan bellas se presentan a sus ojos! Pero, por otra parte, tampoco son éstos excusables; porque, si llegaron a adquirir tanta ciencia y fueron capaces de investigar el universo, ¿Cómo no llegaron más fácilmente a descubrir a su Señor?" (Sabiduría 13, 1-9).
b) Conocimiento de Dios por los grados de perfección
Los grados de perfección que el hombre conoce en la naturaleza reflejan la perfección absoluta de un Dios único y personal, al que todos los hombres son llamados a adorar y a seguir.
"La cólera de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad e injusticia de los hombres, que aprisionan la verdad en la injusticia; pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque las perfecciones invisibles de Dios, su poder eterno y su divinidad, se han hecho visibles después de la creación del mundo por el conocimiento que de ellas nos dan las criaturas, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en vanos razonamientos, y su insensato corazón se llenó de tinieblas: jactándose de sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles. Por eso, Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos; a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. Amén". (Rom 1, 18-25; ver Hech 14, 14-18; 17, 22-30).
En esta carta, el Apóstol San Pablo enseña claramente que el que no reconoce a Dios lo hace por opción libre, pues no se trata sólo de no percibir lo invisible de Dios en las cosas visibles, sino de un cerrazón del corazón que no quiere reconocer a Dios como Señor, y le niega el dominio sobre el hombre y sobre las cosas. Así, el hombre se degrada, no es capaz de reconocer su puesto en un mundo que se ha convertido en desordenado y caótico, y no acierta a descubrir la dimensión divina que aflora en todas las cosas.
c) El testimonio de la conciencia
Asimismo, en la Sagrada Escritura encontramos otro medio a través del cual el hombre puede conocer a Dios: se trata de su conciencia, la cual expresa tanto la existencia de Dios como la ley natural que Dios escribió en el corazón de todo hombre.
"Cuando los gentiles, que no tienen Ley, cumplen las prescripciones de la Ley guiados por la razón natural, sin tener Ley son para sí mismos Ley -es decir, obran según su conciencia-. Y con esto muestran que los preceptos de la Ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia con los juicios que, alternativamente, ya les acusan o bien les defienden". (Rom 2. 14-15).
Los que no han recibido la Revelación de Dios conocen por su razón natural los principios esenciales que informan la ley natural. En la intimidad de su corazón, todo hombre tiene grabada una ley moral natural que participa de la ley eterna de Dios.
Por último, podemos también llegar a demostrar la existencia de Dios desde la propia experiencia interior.
Experiencia personal de Dios
Hay muchas personas que no necesitan de esos argumentos antes señalados para creer y amar a Dios, la experiencia interior de percibirse volcado hacia algo eterno lo conduce hacia Aquel Único Eterno, Dios mismo que toca el corazón para entrar en una infinita comunión de amor, en un diálogo personal e intenso.
Es más, el mismo hecho de estar en mayor sintonía con el sello que con su Imagen Dios ha marcado al hombre, lleva a la persona a acercarse a Dios de manera natural, teniendo la convicción de la existencia de Dios como la luz del día o las estrellas de la noche.. Justamente, como imagen de Dios, el hombre conserva esa convicción divina no como algo extraño y añadido por la presión de la cultura, sino como algo propio, como el fundamento radical de su ser, como la luz que explica el dinamismo de su vida, y como el amor en el que encuentra su plenitud.
Ejemplos en la historia de la Iglesia hay muchos, que al momento de ver el propio interior se encuentran con Aquel que ilumina cada espacio del propio ser.
Vemos esto en el testimonio de San Agustín: "Y he aquí que oigo de la casa vecina una voz, no sé si de un niño o de una niña, que decía cantando, y repetía muchas veces: ¡Toma, lee; toma, lee! Y al punto, inmutado el semblante, me puse con toda atención a pensar, si acaso habría alguna manera de juego, en que los niños usasen canturrear algo parecido; y no recordaba haberlo jamás oído en parte alguna. Y reprimido el ímpetu de las lágrimas, me levanté, interpretando que no otra cosa se me mandaba de parte de Dios, sino que abriese el libro y leyese el primer capítulo que encontrase. Porque había oído decir de Antonio, que por la lección evangélica, a la cual llegó casualmente, había sido amonestado, como si se dijese para él lo que se leía: "Ve, vende todo cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; y ven y sígueme" (Mt 19, 31); y con este oráculo, luego se convirtió a Vos. Así que volví a toda prisa al lugar donde estaba sentado Alipio, pues allí había puesto el códice del Apóstol al levantarme de allí; lo arrebaté, lo abrí y leí en silencio el primer capítulo que se me vino a los ojos: 'No en comilonas ni embriagueces; no en fornicaciones y deshonestidades; no en rivalidad y envidia; sino vestíos de nuestro Señor Jesucristo, y no hagáis caso de la carne para satisfacer sus concupiscencias' (Rom 13, 13-14). No quise leer más, ni fue menester; pues apenas leída esta sentencia, como si una luz de seguridad se hubiera difundido en mi corazón. todas las tinieblas de la duda se desvanecieron".
También, como testimonios más cercano a nuestra época, tenemos al Cardenal Newman, que en su afán de profundizar en la vida interior, se convierte al catolicismo por la oración y el estudio. Asimismo, está Claudel que se siente conmovido en su espíritu al oír el canto del Magníficat en una tarde de Navidad; y confiesa:
"Qué dichosas son las personas que creen! Pero... si fuera verdad... ¡Es verdad! ¡Dios existe, está ahí! ¡Es alguien, es un ser tan personal como yo! Me ama. Me llama".
CRONOLOGIA DE LA VIDA DE JESUS
Jesús de Nazaret existió realmente. Los testimonios históricos de la existencia de Jesús son muy variados. En primer lugar, destacan los del Nuevo Testamento, pero también tenemos testimonios extrabíblicos de la existencia histórica de la persona de Jesús de Nazaret, tanto por parte de los judíos como de los paganos contemporáneos a Jesús.
1. Nacimiento
No es fácil determinar el año del nacimiento de Jesús. Los datos son:
- Jesús nació en los «días del rey Herodes» (Mt 2, 1). Jesús regresó de Egipto a la muerte de Herodes, reinaba Arquelao en Judea como Tetrarca (Mt 2, 22).
- Teniendo en cuenta que Herodes el Grande murió 4 ó 5años antes de la era cristiana, y que Jesucristo nació bajo su reinado, hemos de concluir que Jesús nació entre los 6 y 7 años antes de lo que habitualmente pensamos, es decir, unos dos años, al menos, antes de la muerte de Herodes. Al afirmar que el nacimiento de Jesús fue dos años antes de la muerte de Herodes, nos apoyamos en que el rey hizo matar a todos los niños de Belén de menos de dos años. Debieron ser los Magos los que le indicaron la edad que aproximadamente tenía el niño al que iban a adorar.
- Fue un monje, Dionisio el Exiguo, que calculó en el siglo V el año del nacimiento de Jesucristo y cometió este error.
- Además, otras fechas que dan indirectamente los evangelios (el censo de Quirino, gobernador de la Siria; Poncio Pilato, procurador de Judea) y que se conocen exactamente por la historia de Roma, confirman esta fecha.
- En conclusión, Jesucristo nació 6 ó 7 años antes de la era cristiana.
- Se desconoce el día.
2. Principio de la vida pública
San Juan el Bautista comenzó a predicar el «año quintodécimo del reinado de Tiberio Cesar» (Lc 3, 1), que sucedió a Augusto el año 14 de la era cristiana, aunque ya había estado asociado al gobierno del Imperio desde el año 12. Si San Lucas tomó una u otra fecha nos lleva al año 27-28 ó 26-27 de la era cristiana como inicio de la predicación pública de Jesús. Si San Lucas además tuvo en cuenta el año judío, que comienza en otoño, hay un año más de diferencia.
Jesús tenía «unos treinta años» (Lc 3, 23) cuando comenzó a predicar, que quiere indicar la madurez, por tanto, la edad del Señor debe situarse por encima de los 30, entre los 32 ó 33 años.
3. Duración de la vida pública
En el relato del Evangelio de San Juan, Jesús celebra tres Pascuas: la primera en Jerusalén, la segunda en relación a la multiplicación de los panes y la tercera la de su Pasión, y esto son dos años y meses como tiempo de predicación pública de Jesús.
Los sin ópticos mencionan una sola Pascua, y esto da un año de predicación.
Casi seguro que Jesús predicó algo más de dos años, como dice San Juan. Lo sabemos porque San Juan escribió su Evangelio el último y lo hizo, entre otras razones, para aclarar lo que en los otros Evangelios es confuso, como lo que estarnos diciendo: las Pascuas que celebró Jesús en su vida pública.
4. Fecha de la muerte
Todos los evangelistas están de acuerdo que murió un viernes. San Juan precisa que «los judíos no entraron en el Pretorio para no contaminarse y poder comer la Pascua» (Jn 18, 28), y por eso el día era el 14 de Nisan, día tradicional de la Pascua.
Los cálculos astronómicos dicen que los días en que el 14 de Nisan cayeron en viernes en aquella época, son el 13 de abril del año 27; el 18 de marzo del año 29, el 7 de abril del año 30 y el 3 de abril del año 33.
Ahora bien, también los sinópticos dicen que la Ultima Cena fue la cena de Pascua: «ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de morir» (Lc 22, 15). y Jesús celebró la Ultima Cena el jueves por la noche.
Para conciliar estas dos Pascuas - la del viernes y la del jueves- hay numerosas hipótesis. Una de ellas, señala que hay dos fechas para la celebración de la Pascua, que serían el 13 de Nisan para los fariseos y el 14 de Nisan para los saduceos.
Otra posibilidad, que se conoce después de los descubrimientos de los manuscritos del Qumram, es que en tiempos de Jesús existían dos fechas para la celebración de la Pascua: una fecha oficial, que fue viernes, el día que murió el Señor, y la tradicional o popular, que fue el jueves, día del prendimiento del Señor y Santa Cena.
La fecha más probable de la muerte de Jesús es el 7 de abril del año 30 ó el 3 de abril del año 33.
Se desconoce la fecha exacta del nacimiento de Jesús, pero en el 334 d.C. el Papa Julió I estableció que Jesús había nacido el 25 de Diciembre, coincidiendo con otras fiestas paganas. Curiosamente, una de las fechas que se barajaron son el 16 o 20 de Mayo, por ejemplo.
B. HISTORICIDAD DE LA FIGURA DE JESUS
1. Los cuatro Evangelios
Ya hemos comentado la crítica racionalista a la figura histórica de Jesús. Pero la historicidad de las narraciones evangélicas está fuera de duda tal como ha demostrado la misma crítica histórica. Por ejemplo, San Lucas precisa el momento en que Jesús inicia su predicación «El año quintodécimo del imperio de Tiberio Cesar, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, Tetrarca de Galilea Herodes, y Filipo su hermano, Tetrarca de Iturea y de la Traconitide, y Lisania Tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías ...» (Lc 3, 1-2). Todos estos personajes, desde el emperador romano a los reyes de Israel, son conocidos históricamente por documentos extrabíblicos.
Los cuatro Evangelios son unas biografías fragmentarias de Jesús, que no pretenden narrar con toda precisión la historia del Señor, sino que quieren enseñar la fe en la figura y en la doctrina de Jesús. Ahora bien, a pesar de que no son libros meramente históricos, la persona y figura de Jesús aparece claramente descrita y no es una entelequía perdida en la Historia Universal.
Conocemos los datos históricos que rodean su nacimiento, su vida pública y su muerte. Sabemos, que es hijo de María, que nació en Belén, que se le creía hijo de José, que era artesano, que vivió en Nazaret, que se trasladó a Cafarnaún, quienes eran sus amigos y discípulos, etc.
Más aún, el transfondo de las narraciones evangélicas, la situación social, política y religiosa de los tiempos inmediatos a la insurrección contra los romanos por los años 60 de nuestra era, es totalmente coincidente con los datos que narra Flavio Josefo y Filón. La coincidencia sustancial de los datos judíos y evangélicos es notoria.
La misma sencillez de la narración, lejanísima de todo artificio literario, avala la fidelidad histórica de los hechos narrados. Los Apóstoles dan datos de la vida de Jesús para enmarcar o destacar sus afirmaciones doctrinales.
Otro claro indicio de la fidelidad histórica de los Evangelios es el empleo de frases y giros que estaban en uso en tiempos de Jesús y que en cambio desaparecen después. Expresiones como Hijo de David, Hijo del hombre, Reino de los Cielos en vez de Reino de Dios, las parábolas, las formulaciones rítmicas como la del "Padre nuestro", etc. indican su orígen arameo.
La misma descripción de la personalidad de los Apóstoles, con sus defectos tan evidentes, señalan la carencia de retoques posteriores y el deseo de narrar exactamente lo que sucedió sin intentar mitificar o encumbrar sus figuras de hombres corrientes de su tiempo: pescadores, cobradores de impuestos, etc.
Los Apóstoles son claros en sus afirmaciones históricas. En las narraciones evangélicas no aparece ni la más pequeña sombra de duda que los hechos narrados sucedieron realmente así. Incluso las pequeñas contradicciones, número de mujeres junto a la Cruz de Cristo, en el sepulcro, las horas, etc. señalan su autenticidad histórica. Cada evangelista narra lo que sabe, sin ponerse previamente de acuerdo con los otros para escribir historia coherente en todos los detalles. Eso sería un signo de falsedad histórica.
Los Apóstoles son judíos, radicalmente monoteístas, y no parece en absoluto congruente que intenten «deificar» a Jesús. Además, en el mundo romano la figura del sabio es la del «estoico», impávido ante la muerte y el dolor y esta no es precisamente la descripción de los Evangelios de Jesús en el Huerto de los Olivos. Por tanto, todas las hipótesis de las escuelas racionalistas están en desacuerdo con la verdadera mentalidad de los Apóstoles, judíos de su tiempo.
Las narraciones evangélicas por su sencillez, colorido, ambiente arameizante, carencia de influencias de la filosofía religiosa dominante en el Imperio Romano, se presentan a nosotros con todas las garantías de la verdad histórica.
En conclusión, los datos históricos de los cuatro Evangelios son claros respecto a la figura histórica de Jesucristo.
2. Datos históricos en las Cartas de San Pablo
San Pablo no pretende escribir una historia de Jesús, tanto es así que sus escritos son cartas escritas con ocasión de algún suceso que le interesa comentar. Se les llama, también, epístolas, que es un término latino que significa cartas.
Pues bien, a través de este testimonio epistolar, aparece como una evidente realidad histórica la persona de Jesús. La fe de San Pablo se funda en la existencia histórica de Jesús de Nazaret, que predicó un mensaje de salvación. La fe de San Pablo no es la fe de un visionario sino la fe del que predica a Jesús de Nazaret.
San Pablo no conoció a Jesús durante su existencia terrena y, por tanto, no puede narrar detalles de la vida del Señor como los demás Apóstoles. Pero, aún así, en los escritos de San Pablo son muy frecuentes las alusiones históricas al Señor, cuya vida él conoce y presupone lógicamente que conocen sus oyentes.
San Pablo insiste en la humanidad de Jesús, que nace en un momento determinado de la historia de los hombres «al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, bajo la ley» (Gal 4,4). Cristo es «nacido de la raza de David, según la carne» (Rom 1, 1-4). A Jesús le llama nacido de la raza de Abraham. Santiago, Obispo de Jerusalén, es el «hermano del Señor» (Gall, 19), según el modo de hablar de los judíos.
San Pablo no quiere probar la existencia histórica de Jesús, nadie dudaba de ello; es una realidad indiscutible la de «Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles» (1 Cor 1, 23). La historia de Jesús puede ser desconcertante pero es real. Jesús «hizo la buena confesión en presencia de Poncio Pilato» (1 Tim 6, 13). Describe la Pasión, y Resurrección de Jesús «Cristo murió por nuestros pecados..., fue sepultado, que resucitó al tercer día. ..y que se apareció a Cefas, luego a los Doce. Después se apareció una vez a más de quinientos hermanos, de los cuales muchos viven todavía, y algunos murieron; luego se apareció a Santiago, y luego a todos los Apóstoles, y después de todos, como a un abortivo, se apareció a mí» (1 Cor 15, 3-8). San Pablo escribe estos hechos unos veinticinco años después de la desaparición del Maestro, cuando muchos de los testigos de la vida del Señor viven todavía, y, por tanto, no es posible engañarles.
Además, San Pablo da otros muchos datos biográficos sobre Jesús. Trata de los preceptos del Señor, que abrazó una vida de pobreza, de sujeción a la ley, de obediencia al Padre, de santidad, que se entregó voluntariamente a sus enemigos, que instituyó la Eucaristía. Murió por Pascua, en tiempos de los Azimos. Los verdugos lo suspendieron con clavos en la Cruz, en las cercanías de Jerusalén. Sepultado, resucitó al tercer día, etc.
La fe de San Pablo no ha creado la figura de Jesús, sino que Jesús es el que ha dado origen a la fe paulina.
3. Los primeros cristianos
Atestiguan la existencia histórica de Jesús. Viven su fe y mueren por ella, porque es la fe predicada por Jesús de Nazaret, y no porque sean las ideas religiosas del ambiente que les rodea.
4. Testimonios judíos de la existencia histórica de Jesús
Una cosa es que oficialmente los judíos no aceptaran el mensaje de Jesús de Nazaret, su predicación de ser el Mesías, Hijo de Dios hecho Hombre, y otra muy distinta es que negaran su existencia histórica.
Ya antes hemos hecho notar la crítica a la figura de Jesús en los escritos de preeminentes judíos de su época.
Flavio Josefo (final s. 1), habla dos veces de Jesús en su obra «Antigüedad de los judíos». La primera se refiere a la muerte, el año 62 por instigación del Sumo Sacerdote Hanan, hijo del Anás de los relatos evangélicos, de Santiago el Menor que era «hermano de Jesús, llamado Cristo».
Otro texto, alude a Jesús, después de mencionar la brutal represión de Pilato contra los judíos, con motivo de la nueva traída de aguas a Jerusalén que pagó con el dinero del Templo y dice así: «En ese tiempo fue cuando apareció Jesús, hombre sabio (si se le puede llamar hombre). Pues fue el ejecutor de obras admirables, el Maestro de los que reciben con alegría la verdad y arrastró a muchos judíos ya otros procedentes del helenismo. (Era el Cristo). Denunciado por los de nuestra nación. Pilato lo condenó a suplicio de cruz; más quienes le habían amado desde el principio no cesaron de seguirle (porque se les apareció el tercer día resucitado, según lo habían anunciado los divinos profetas, así como otras maravillas). y hasta el presente subsiste la secta que por seguirle ha recibido el nombre de cristianos» .
Este texto es muy probable que esté interpolado en las partes indicadas entre paréntesis, pero aún así afirma rotundamente la existencia histórica de Jesús.
El testimonio del Talmud tiene mayor interés por ser el libro hebreo que pertenece a la legítima tradición judía.
Su denominación corriente es «Talmud Torah», y es una vasta compilación, en hebreo y arameo, que comprende dos libros distintos. Primer libro: El texto de la «Misnah» o Ley oral, cuya elaboración se termina antes del año 230, y Segundo libro: Las interpretaciones y comentarios, llamados «Guemsara» (en arameo, «completo»), que el texto anterior inspiró a los maestros y discípulos de las Academias de Palestina (Talmud jerosolimitano o mejor palestinense) y de Babilonia (Talmud babilónico ), desde la fecha indicada hasta el año 500.
En el Talmud babilónico se lee: «El día señalado para la ejecución, antes de la fiesta de la Pascua, se suspendió en un patlDulo a Jesús de Nazaret por haber seducido yengañado a Israel con sus encantamientos».
El judío Trifón del Diálogo de San Justino a mediados del siglo II, dice: «Jesús, el galileo, suscitó una secta impía y enemiga de la ley. Nosotros lo crucificamos. Sus discípulos robaron su cadáver del sepulcro durante la noche. y engañan y seducen a los hombres diciendo que resucitó y subió a los cielos».
Los judíos, lo enseñan todo estos testimonios, no pusieron nunca en duda el hecho de la existencia histórica de Jesús. Aunque a su evangelio le llamaban «Avengillajón», escrito malo, no niegan la existencia histórica de Jesús.
5. Datos históricos sobre Jesús en los escritos paganos
Los romanos tomaron inicialmente a los cristianos como una simple secta judía, que por su escasa importancia casi no mereció su atención. Es en el siglo II cuando aparecen testimonios escritos, algunos referidos a sucesos del siglo I.
Ya hemos citado a Tácito que hacia el año 116 escribe, en su Historia de Romfl, sobre el incendio de Roma, que Nerón atribuyó a los cristianos. También Plinio el Joven, en una Carta dirigida al emperador Trajano, año 112, da por sentado el origen histórico del cristianismo.
Suetonio refiere en su Vida de los Césares,el decreto de Claudio que «expulsó de Roma a los judíos, los cuales al impulso de Cristo (o Cresto) han sido una causa permanente de disturbios». El matrimonio cristiano, Aquila y Priscila, que San Pablo encuentra en Corinto, habían sido expulsados de Roma bajo Claudio el año 52 (Cfr Hech 18,3).
En el siglo II nadie discute la existencia histórica de Jesús.
En conclusión, los datos históricos sobre la existencia histórica de Jesús de Nazaret son irrefutables.
sábado, abril 05, 2008
Las principales fiestas del calendario judío
En la antigüedad las principales fiestas del pueblo Judío eran la Pascua, Pentecostés y Tabernáculos.
Más recientes, aunque también importantes en tiempos de Jesús, son el Día de la expiación, el Día de la dedicación y los Purim [1].
Junto a estas festividades anuales hay que mencionar, por su importancia en la vida religiosa, el sábado y las neomenias.
El sábado era el día de la semana consagrado a Dios, en el que se conmemoraba la Alianza de Dios con su pueblo y la misma creación; su observancia está prescrita en el Decálogo.
Además del descanso de todo trabajo había una mayor actividad cultual en el Templo; a los sacrificios cotidianos se añadía el sacrificio de dos corderos, junto con una ofrenda. De esta forma, los sacrificios cotidianos se doblaban en sábado.
La neomenia o día de luna nueva era el primer día del mes, teniendo en cuenta que en Israel se sigue el calendario lunar. Estaba mandado que ese día hubiera un solemne holocausto de toros y carneros, junto con un sacrificio por el pecado. Como en el sábado, se observaba el descanso y era un día dedicado a alabar el nombre de Dios ya agradecer los beneficios divinos. Aunque su celebración fue decayendo, todavía se menciona en el Nuevo Testamento.
Las fiestas, por su parte, eran unos momentos privilegiados, distribuídos a lo largo del año, para revivir y agradecer los dones y la protección que Dios había dispensado a su pueblo.
Algunas tenían un carácter más profano, como la fiesta de los Purim, que se celebraba los días 14 y 15 del mes de Adar (febrero-marzo) y era precedida de un ayuno el día 13. En ella se recordaba que Dios había librado a su pueblo cuando éste se encontraba en situaciones muy difíciles. Para actualizar esta enseñanza se leía en las sinagogas el libro de Ester que narra la liberación de los judíos que vivían en Persia de las manos de su enemigo Amán, ministro del rey Asuero, gracias a Ester y Mardoqueo.
El nombre de la fiesta responde al modo en que Amán había establecido el día de la matanza de los judíos: lo había echado a suertes entre varios meses; la palabra hebrea purim significa precisamente "suertes".
Esta fiesta era la menos religiosa y no parece que tuviera especial relevancia en la Palestina del Nuevo Testamento.
Había otras fiestas de carácter entrañable y alegre, como la fiesta de la Dedicación (Janukah) que conmemoraba el día en que Judas Macabeo purificó el Templo de Jerusalén profanado tres años antes (en el 167 a.C.) por Antíoco IV Epifanes. El mismo Judas estableció que todos los años, el
25 del mes de Kisleu (diciembre), se celebrara la efemérides del gran acontecimiento.
En tiempos de Jesús se le daba también el nombre griego de fiesta de las Encenias (enkainia = inauguración). Ese día se ofrecían sacrificios en el Templo y se organizaban procesiones en las que se cantaban himnos y salmos. Se encendían muchas luces para iluminar el Templo, las sinagogas y las casas, por lo que fue llamada también "fiesta de las luces".
Hubo una fiesta que fue adquiriendo mayor relevancia de modo progresivo a los largo de la historia de Israel: es el Día de la expiación (Yom Kippur).
Se celebra el día 10 del mes de Tishré (Septiembre-octubre). Su principal característica era el elemento penitencial y su austera solemnidad. Se prescribía un ayuno riguroso y la abstención de toda clase de trabajos manuales. La fiesta tenía por finalidad borrar todos los pecados de la nación, incluidos los de los sacerdotes y los príncipes del pueblo, y expiar las faltas e impurezas que los sacrificios ordinarios no habían podido cancelar. Servía también para purificar el santuario de toda contaminación que el contacto con los hombres pecadores pudiera haber producido. En el Templo actuaba solamente el Sumo Sacerdote, con simples vestiduras sacerdotales de lino. Era el único día en el año en que podía entrar en el "Santo de los santos". En primer lugar el Sumo Sacerdote sacrificaba un novillo por sus pecados personales y por los pecados del linaje sacerdotal. Entraba a continuación en el "Santo de los santos", donde, entre otros ritos, tenía especial importancia la aspersión del propiciatorio con la sangre del animal sacrificado. Salía luego para una nueva ceremonia: de entre dos machos cabríos se escogía a suertes uno, que se sacrificaba por los pecados del pueblo. El sumo sacerdote volvía a entrar con la sangre de este animal en el "Santo de los santos", y hacía una nueva aspersión sobre el propiciatorio. Luego, con la sangre del becerro y del macho cabrío, ungía el altar de los holocaustos. Después de haber salido del Templo, el sumo sacerdote imponía las manos sobre la cabeza del otro macho cabrío que no había sido sacrifica- do, indicando con ello que cargaba sobre él todos los pecados y faltas, voluntarios e involuntarios, de los israelitas. Este animal era llevado al desierto, donde quedaba abandonado. La celebración continuaba luego con algunas lecturas bíblicas relativas a la fiesta y la recitación de varias oraciones. El Sumo sacerdote, poniéndose las vestiduras sacerdotales solemnes, sacrificaba otros dos carneros en holocausto -uno por él y otro por el pueblo- y realizaba el resto de los sacrificios acostumbrados, despidiendo finalmente al pueblo con una bendición. El Día de la Expiación era el día en que Israel se reconciliaba con Dios. Devolvía al pueblo hebreo el carácter de pueblo santo, mediante el perdón de todo lo que podía separarlo de su Dios, de todos los pecados que habían sido cometidos durante el año y habían quedado sin reparación. Junto a estas fiestas de las que ya hemos hablado, estaban las tres grandes solemnidades del año: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos.
La Pascua (Pésaj), que se celebraba junto con la fiesta de los Acimos, era la principal de las fiestas anuales. En la Pascua se revivía la antigua tradición acerca de la salvación del pueblo de Israel, cautivo en Egipto, cuando el ángel exterminador pasó de largo de las casas de los hebreos e hirió mortalmente sólo a los primogénitos de los egipcios.
Se celebraba el 14 de Nisán, es decir, el día del primer plenilunio de primavera.
La fiesta de los Acimos, que se celebraba a la vez, se caracterizaba por la consagración a Dios de las primicias de la nueva cosecha del año. Además, ambas fiestas se debían celebrar, según el rito oficial establecido después del Destierro, en Jerusalén, y comenzar la noche con la que se inicia el 14 de Nisán comiendo la cena pascual. Se prolongaban durante una semana en la que estaba prohibido comer pan con levadura e incluso mantener levadura en las casas. Los días más solemnes eran el primero y el último, así como el sábado que caía entre el 14 y el 21 de Nisán. En los primeros tiempos después del Destierro el banquete pascual se celebraba como se describe en el capítulo 12 del libro del Éxodo: de pie, aprisa, como dispuestos para el viaje.
Con la penetración de las costumbres helenistas fue tomando cada vez más un carácter festivo: se comía recostado [2], duraba varias horas, y se ajustaba a un detallado ritual. El cordero se tenía a punto desde cuatro días antes [3]. El día del banquete, se llevaba a hombros -si era sábado atado con una cuerda- al Templo poco después del medio día. Tras la ofrenda del sacrificio vespertino, sobre las 2:30 de la tarde, lo degollaba allí el padre de familia o su representante. En el lado norte del altar de los holocaustos había ganchos en paredes y columnas donde se colgaban los corderos, ya desangrados, para desollarlos y destriparlos. Las criadillas, los riñones, el hígado y las partes grasas se llevaban al altar de los holocaustos y se quemaban. El cordero limpio, envuelto en su piel, era llevado a hombros a casa. Allí se le introducía un palo y se asaba sobre un fuego de carbón vegetal.
Hoy día es posible reconstruir con bastante certeza el modo en que se desarrollaba la cena pascual judía en la época de Jesús [4].
La fiesta de las semanas (Shebuot), o de Pentecostés, se celebraba siete semanas después de la Fiesta de los Acimos y tenía por objeto dar gracias a Dios por la terminación de la cosecha de cereales (trigo, centeno y cebada). Los Acimos y Pentecostés estaban en estrecha relación, puesto que se celebraban respectivamente al comienzo y al final de la recolección de cereales con un intervalo de siete semanas [5]. Como en Pascua, también en esta fiesta debían comparecer en el Templo todos los varones del pueblo de Israel; por esto eran muy numerosos los peregrinos que de todas partes y de todas las comunidades judías esparcidas por el mundo acudían a Jerusalén para la fiesta. Desde poco antes de la época en la que vivió Jesús esta fiesta se había convertido en el memorial de la renovación de la Alianza del Sinaí. Se recordaba con alegría el don de la Ley y se renovaba el compromiso que supone la Alianza. El ambiente de Pentecostés era festivo y alegre; se multiplicaban en todas partes los bulliciosos banquetes sagrados en los que tomaba parte toda la familia, con siervos y huéspedes.
La fiesta de los Tabernáculos (Sukkot) era la tercera de las grandes fiestas del año. Todos los varones israelitas debían presentarse en el Templo de Jerusalén. Se denominaba también fiesta de la recolección y tenía un carácter muy alegre, pues se celebraba la feliz terminación de la recolección de todos los productos agrícolas. Tenía lugar del 15 al 22 del mes séptimo del calendario judío, que corresponde más o menos a nuestro septiembre-octubre. Eran días de regocijo y de acción de gracias por los frutos de la tierra que Dios había dado al pueblo de Israel. El nombre tiene su origen en los tabernáculos, tiendas, cabañas o chozas, que los israelitas acostumbraban a levantar en los campos y en las viñas para vivir en ellas durante los días de la recolección. Con el paso del tiempo se dio a este hecho una significación histórica y religiosa: las tiendas conmemoraban los años en los que los hebreos habitaron como nómadas durante su peregrinación por el desierto.
A lo largo de los siete días que duraba la fiesta los israelitas solían vivir acampados. Esta fiesta tiene particular interés para el Nuevo Testamento, ya que constituye el escenario de algunos episodios de la vida de Jesús, concretamente los que corresponden al capítulo 7 del Evangelio de San Juan:
“Estaba próxima la fiesta judía de los Tabernáculos. Entonces le dijeron sus hermanos: Márchate de aquí y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces” [6].
Jesús no quería ir en esa ocasión en medio del bullicio de las grande caravanas que se dirigían a Jerusalén, sino que prefirió ir más discretamente acompañado sólo por sus discípulos:
“Una vez que sus hermanos subieron a Jerusalén, entonces él también subió, no públicamente, sino a escondidas” [7].
Acerca del desarrollo de la fiesta de los Tabernáculos, se puede decir que en Jerusalén cada uno de los ocho días festivos el Sumo Sacerdote rociaba el altar de los holocaustos con una gran copa de agua traída de la piscina de Siloé, para recordar el agua que brotó milagrosamente en el desierto y para pedir a Dios el don de la lluvia.
Se entiende así que Jesús aproveche el ritual de la fiesta para trasmitir su enseñanza:
“En el último día, el más solemne de la fiesta, estaba a clamó: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba quien cree en dice la Escritura, brotarán de su seno ríos de agua viva. Dijo esto del Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él” [8].
Otra costumbre de esta fiesta consistía en que la noche del se iluminaba el atrio de las mujeres con cuatro enormes lámparas, que reverberaban su claridad por toda Jerusalén, en recuerdo de minosa del Éxodo. También en este caso se entiende que, según el Evangelio
de San Juan, Jesús aprovechara el simbolismo de la luz en su predicación durante esos días:
“Yo Soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” [9].
[1] Una exposición detallada acerca de la celebración de las distintas fiestas religiosas en el Antiguo Israel puede verse en R. de VAUX, Instituciones del Antiguo Testamento, Barcelona 1964, pp. 610-648.
[2] Cfr. Jn 13, 23-25.
[3] Ex 12, 3.
[4] Cfr. H. HAAG, De la Antigua a la Nueva Pascua, Salamanca 1980, pp. 125-131.
[5] De ahí su nombre griego de Pentecostés = “quicuagésimo” día.
[6] Jn 7, 2-3.
[7] Jn 7, 10.
[8] Jn 7, 37-39.
[9] Jn 8, 12.
Más recientes, aunque también importantes en tiempos de Jesús, son el Día de la expiación, el Día de la dedicación y los Purim [1].
Junto a estas festividades anuales hay que mencionar, por su importancia en la vida religiosa, el sábado y las neomenias.
El sábado era el día de la semana consagrado a Dios, en el que se conmemoraba la Alianza de Dios con su pueblo y la misma creación; su observancia está prescrita en el Decálogo.
Además del descanso de todo trabajo había una mayor actividad cultual en el Templo; a los sacrificios cotidianos se añadía el sacrificio de dos corderos, junto con una ofrenda. De esta forma, los sacrificios cotidianos se doblaban en sábado.
La neomenia o día de luna nueva era el primer día del mes, teniendo en cuenta que en Israel se sigue el calendario lunar. Estaba mandado que ese día hubiera un solemne holocausto de toros y carneros, junto con un sacrificio por el pecado. Como en el sábado, se observaba el descanso y era un día dedicado a alabar el nombre de Dios ya agradecer los beneficios divinos. Aunque su celebración fue decayendo, todavía se menciona en el Nuevo Testamento.
Las fiestas, por su parte, eran unos momentos privilegiados, distribuídos a lo largo del año, para revivir y agradecer los dones y la protección que Dios había dispensado a su pueblo.
Algunas tenían un carácter más profano, como la fiesta de los Purim, que se celebraba los días 14 y 15 del mes de Adar (febrero-marzo) y era precedida de un ayuno el día 13. En ella se recordaba que Dios había librado a su pueblo cuando éste se encontraba en situaciones muy difíciles. Para actualizar esta enseñanza se leía en las sinagogas el libro de Ester que narra la liberación de los judíos que vivían en Persia de las manos de su enemigo Amán, ministro del rey Asuero, gracias a Ester y Mardoqueo.
El nombre de la fiesta responde al modo en que Amán había establecido el día de la matanza de los judíos: lo había echado a suertes entre varios meses; la palabra hebrea purim significa precisamente "suertes".
Esta fiesta era la menos religiosa y no parece que tuviera especial relevancia en la Palestina del Nuevo Testamento.
Había otras fiestas de carácter entrañable y alegre, como la fiesta de la Dedicación (Janukah) que conmemoraba el día en que Judas Macabeo purificó el Templo de Jerusalén profanado tres años antes (en el 167 a.C.) por Antíoco IV Epifanes. El mismo Judas estableció que todos los años, el
25 del mes de Kisleu (diciembre), se celebrara la efemérides del gran acontecimiento.
En tiempos de Jesús se le daba también el nombre griego de fiesta de las Encenias (enkainia = inauguración). Ese día se ofrecían sacrificios en el Templo y se organizaban procesiones en las que se cantaban himnos y salmos. Se encendían muchas luces para iluminar el Templo, las sinagogas y las casas, por lo que fue llamada también "fiesta de las luces".
Hubo una fiesta que fue adquiriendo mayor relevancia de modo progresivo a los largo de la historia de Israel: es el Día de la expiación (Yom Kippur).
Se celebra el día 10 del mes de Tishré (Septiembre-octubre). Su principal característica era el elemento penitencial y su austera solemnidad. Se prescribía un ayuno riguroso y la abstención de toda clase de trabajos manuales. La fiesta tenía por finalidad borrar todos los pecados de la nación, incluidos los de los sacerdotes y los príncipes del pueblo, y expiar las faltas e impurezas que los sacrificios ordinarios no habían podido cancelar. Servía también para purificar el santuario de toda contaminación que el contacto con los hombres pecadores pudiera haber producido. En el Templo actuaba solamente el Sumo Sacerdote, con simples vestiduras sacerdotales de lino. Era el único día en el año en que podía entrar en el "Santo de los santos". En primer lugar el Sumo Sacerdote sacrificaba un novillo por sus pecados personales y por los pecados del linaje sacerdotal. Entraba a continuación en el "Santo de los santos", donde, entre otros ritos, tenía especial importancia la aspersión del propiciatorio con la sangre del animal sacrificado. Salía luego para una nueva ceremonia: de entre dos machos cabríos se escogía a suertes uno, que se sacrificaba por los pecados del pueblo. El sumo sacerdote volvía a entrar con la sangre de este animal en el "Santo de los santos", y hacía una nueva aspersión sobre el propiciatorio. Luego, con la sangre del becerro y del macho cabrío, ungía el altar de los holocaustos. Después de haber salido del Templo, el sumo sacerdote imponía las manos sobre la cabeza del otro macho cabrío que no había sido sacrifica- do, indicando con ello que cargaba sobre él todos los pecados y faltas, voluntarios e involuntarios, de los israelitas. Este animal era llevado al desierto, donde quedaba abandonado. La celebración continuaba luego con algunas lecturas bíblicas relativas a la fiesta y la recitación de varias oraciones. El Sumo sacerdote, poniéndose las vestiduras sacerdotales solemnes, sacrificaba otros dos carneros en holocausto -uno por él y otro por el pueblo- y realizaba el resto de los sacrificios acostumbrados, despidiendo finalmente al pueblo con una bendición. El Día de la Expiación era el día en que Israel se reconciliaba con Dios. Devolvía al pueblo hebreo el carácter de pueblo santo, mediante el perdón de todo lo que podía separarlo de su Dios, de todos los pecados que habían sido cometidos durante el año y habían quedado sin reparación. Junto a estas fiestas de las que ya hemos hablado, estaban las tres grandes solemnidades del año: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos.
La Pascua (Pésaj), que se celebraba junto con la fiesta de los Acimos, era la principal de las fiestas anuales. En la Pascua se revivía la antigua tradición acerca de la salvación del pueblo de Israel, cautivo en Egipto, cuando el ángel exterminador pasó de largo de las casas de los hebreos e hirió mortalmente sólo a los primogénitos de los egipcios.
Se celebraba el 14 de Nisán, es decir, el día del primer plenilunio de primavera.
La fiesta de los Acimos, que se celebraba a la vez, se caracterizaba por la consagración a Dios de las primicias de la nueva cosecha del año. Además, ambas fiestas se debían celebrar, según el rito oficial establecido después del Destierro, en Jerusalén, y comenzar la noche con la que se inicia el 14 de Nisán comiendo la cena pascual. Se prolongaban durante una semana en la que estaba prohibido comer pan con levadura e incluso mantener levadura en las casas. Los días más solemnes eran el primero y el último, así como el sábado que caía entre el 14 y el 21 de Nisán. En los primeros tiempos después del Destierro el banquete pascual se celebraba como se describe en el capítulo 12 del libro del Éxodo: de pie, aprisa, como dispuestos para el viaje.
Con la penetración de las costumbres helenistas fue tomando cada vez más un carácter festivo: se comía recostado [2], duraba varias horas, y se ajustaba a un detallado ritual. El cordero se tenía a punto desde cuatro días antes [3]. El día del banquete, se llevaba a hombros -si era sábado atado con una cuerda- al Templo poco después del medio día. Tras la ofrenda del sacrificio vespertino, sobre las 2:30 de la tarde, lo degollaba allí el padre de familia o su representante. En el lado norte del altar de los holocaustos había ganchos en paredes y columnas donde se colgaban los corderos, ya desangrados, para desollarlos y destriparlos. Las criadillas, los riñones, el hígado y las partes grasas se llevaban al altar de los holocaustos y se quemaban. El cordero limpio, envuelto en su piel, era llevado a hombros a casa. Allí se le introducía un palo y se asaba sobre un fuego de carbón vegetal.
Hoy día es posible reconstruir con bastante certeza el modo en que se desarrollaba la cena pascual judía en la época de Jesús [4].
La fiesta de las semanas (Shebuot), o de Pentecostés, se celebraba siete semanas después de la Fiesta de los Acimos y tenía por objeto dar gracias a Dios por la terminación de la cosecha de cereales (trigo, centeno y cebada). Los Acimos y Pentecostés estaban en estrecha relación, puesto que se celebraban respectivamente al comienzo y al final de la recolección de cereales con un intervalo de siete semanas [5]. Como en Pascua, también en esta fiesta debían comparecer en el Templo todos los varones del pueblo de Israel; por esto eran muy numerosos los peregrinos que de todas partes y de todas las comunidades judías esparcidas por el mundo acudían a Jerusalén para la fiesta. Desde poco antes de la época en la que vivió Jesús esta fiesta se había convertido en el memorial de la renovación de la Alianza del Sinaí. Se recordaba con alegría el don de la Ley y se renovaba el compromiso que supone la Alianza. El ambiente de Pentecostés era festivo y alegre; se multiplicaban en todas partes los bulliciosos banquetes sagrados en los que tomaba parte toda la familia, con siervos y huéspedes.
La fiesta de los Tabernáculos (Sukkot) era la tercera de las grandes fiestas del año. Todos los varones israelitas debían presentarse en el Templo de Jerusalén. Se denominaba también fiesta de la recolección y tenía un carácter muy alegre, pues se celebraba la feliz terminación de la recolección de todos los productos agrícolas. Tenía lugar del 15 al 22 del mes séptimo del calendario judío, que corresponde más o menos a nuestro septiembre-octubre. Eran días de regocijo y de acción de gracias por los frutos de la tierra que Dios había dado al pueblo de Israel. El nombre tiene su origen en los tabernáculos, tiendas, cabañas o chozas, que los israelitas acostumbraban a levantar en los campos y en las viñas para vivir en ellas durante los días de la recolección. Con el paso del tiempo se dio a este hecho una significación histórica y religiosa: las tiendas conmemoraban los años en los que los hebreos habitaron como nómadas durante su peregrinación por el desierto.
A lo largo de los siete días que duraba la fiesta los israelitas solían vivir acampados. Esta fiesta tiene particular interés para el Nuevo Testamento, ya que constituye el escenario de algunos episodios de la vida de Jesús, concretamente los que corresponden al capítulo 7 del Evangelio de San Juan:
“Estaba próxima la fiesta judía de los Tabernáculos. Entonces le dijeron sus hermanos: Márchate de aquí y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces” [6].
Jesús no quería ir en esa ocasión en medio del bullicio de las grande caravanas que se dirigían a Jerusalén, sino que prefirió ir más discretamente acompañado sólo por sus discípulos:
“Una vez que sus hermanos subieron a Jerusalén, entonces él también subió, no públicamente, sino a escondidas” [7].
Acerca del desarrollo de la fiesta de los Tabernáculos, se puede decir que en Jerusalén cada uno de los ocho días festivos el Sumo Sacerdote rociaba el altar de los holocaustos con una gran copa de agua traída de la piscina de Siloé, para recordar el agua que brotó milagrosamente en el desierto y para pedir a Dios el don de la lluvia.
Se entiende así que Jesús aproveche el ritual de la fiesta para trasmitir su enseñanza:
“En el último día, el más solemne de la fiesta, estaba a clamó: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba quien cree en dice la Escritura, brotarán de su seno ríos de agua viva. Dijo esto del Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él” [8].
Otra costumbre de esta fiesta consistía en que la noche del se iluminaba el atrio de las mujeres con cuatro enormes lámparas, que reverberaban su claridad por toda Jerusalén, en recuerdo de minosa del Éxodo. También en este caso se entiende que, según el Evangelio
de San Juan, Jesús aprovechara el simbolismo de la luz en su predicación durante esos días:
“Yo Soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” [9].
[1] Una exposición detallada acerca de la celebración de las distintas fiestas religiosas en el Antiguo Israel puede verse en R. de VAUX, Instituciones del Antiguo Testamento, Barcelona 1964, pp. 610-648.
[2] Cfr. Jn 13, 23-25.
[3] Ex 12, 3.
[4] Cfr. H. HAAG, De la Antigua a la Nueva Pascua, Salamanca 1980, pp. 125-131.
[5] De ahí su nombre griego de Pentecostés = “quicuagésimo” día.
[6] Jn 7, 2-3.
[7] Jn 7, 10.
[8] Jn 7, 37-39.
[9] Jn 8, 12.
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